Resistencia a la insulina, Diabetes e Inflamación Crónica
abril 30, 2022
Cada día diagnosticamos en nuestra unidad de nutrición más casos de resistencia a la insulina, que muchas veces acaba convirtiéndose en una Diabetes de tipo II o que favorece el desarrollo de otras patologías relacionadas como el síndrome del ovario poliquístico, acné, calvicie u otros problemas inmunológicos.
En este artículo quiero aportar a mis pacientes una visión más amplia de la resistencia a la insulina, para que todos aquellos que lo deseen, puedan conocer un poco más la importancia de que tratemos este síntoma de forma temprana. O incluso si se reconocen en este artículo y nadie les ha diagnosticado, puedan plantearse solicitar un análisis de estas hormonas para evaluar su estado.
Qué es la insulina y porque nos hacemos resistentes a ella
La insulina es una hormona que es secretada por el páncreas. Sus niveles son más elevados cuando comemos carbohidratos y la glucosa sanguínea aumenta.
Su función principal es la de ayudar a introducir la glucosa y otros componentes como los aminoácidos provenientes de la dieta, en el interior de los músculos y otros órganos como el cerebro, el hígado o los huesos para que estos puedan utilizarlos como fuente de energía.
Esto por tanto cumple dos objetivos esenciales, el primero, evitar que la glucosa proveniente de la alimentación quede elevada en sangre y el segundo, nutrir a nuestras células.
Sin embargo, en ocasiones las células de los diferentes órganos empiezan a no responder adecuadamente a esta insulina. Esto genera por tanto dos problemas
- El primero es que dichas células no están obteniendo suficiente energía (Por lo que empezarán a funcionar mal).
- Y el segundo, que al no entrar esa glucosa en las células o bien se quedará elevada en sangre o bien la captará el hígado para transformarla en triglicéridos (grasas) que almacenará bien en el propio hígado o bien en el adipocito (células grasas de nuestro cuerpo).
Cuando nuestras células no consiguen “escuchar” a esa insulina y hacen caso omiso de su “orden” de introducir nutrientes, lo denominamos “RESISTENCIA A LA INSULINA”.
Esto puede ocurrir por varios motivos, siendo los más importantes:
- El exceso de peso debido a un consumo elevado de hidratos de carbono
- La falta de actividad física
- Pérdida de masa muscular
- Número excesivo de comidas al día (principalmente comidas de alta carga glucémica)
- Presión arterial elevada
- Ciertos déficits de vitaminas (Vitamina D, vitaminas del grupo B, vitamina A…) o de minerales (Zinc, selenio, cromo, magnesio…).
Por tanto, como podemos observar existen muchos factores de riesgo que pueden desencadenar la resistencia a la insulina. Pero generalmente se podrían resumir en dos de gran importancia: Muchas comidas altas en carbohidratos sumado a un déficit de actividad física.
Qué síntomas da la resistencia a la insulina
El problema es que la resistencia a la insulina no siempre genera síntomas, y cuando lo hace pueden ser muy inespecíficos, por lo que muchas veces pasa inadvertida generando a largo plazo otras patologías asociadas. En algunas personas se pueden apreciar síntomas físicos como:
- Cansancio
- Pérdida de cabello
- Uñas frágiles
- Aparición de verrugas en el cuello (Skin tags)
- Cambios de coloración en las axilas (Acantosis Nigricans)
- Aumento de grasa visceral (zona central del abdomen)
- Problemas de sueño
Pero en otras personas no aparece ninguno de estos síntomas y sin embargo SI que presentan resistencia a la insulina.
Esta a su vez se ha visto que está relacionada con:
- Patologías autoinmunes.
- Problemas de piel.
- Acné.
- Alteraciones hormonales como el OPQ.
- Desarrollo de patología cardiovascular.
- Osteoporosis.
- Enfermedades neurodegenerativas.
- E incluso algunos tipos de cáncer.
¿Por qué afecta a tantos sistemas orgánicos?
Claro, ante semejante libro de patologías relacionado con la resistencia a la insulina, nos preguntaremos como esto puede ser tan problemático a tantos niveles. Y todo tiene su lógica.
Cuando hay resistencia a la insulina, nuestras células inmunológicas, al igual que el resto de células, NO consiguen “alimentarse” adecuadamente y por tanto no pueden obtener energía esto hace que nuestro sistema inmune empieza a cometer fallos por mal funcionamiento.
Básicamente se empieza a generar el denominado entorno proinflamatorio, donde determinadas sustancias químicas llamadas interleukinas proinflamatorias comienzan a generar una inflamación crónica de bajo grado que va deteriorando poco a poco las estructuras celulares de nuestro organismo.
El primer ejemplo y el más sencillo sería la Diabetes Tipo II.
Curiosamente es la diabetes por insulinoresistencia. Ocurre en la edad adulta y generalmente asociada al exceso de peso. Como las células no responden a esta insulina porque tienen resistencia a su acción, la glucosa se queda en la sangre y acaba saliendo alta en los análisis. A partir de aquí eres diagnosticado como diabético Tipo II. Que generalmente, si corriges la resistencia a la insulina con buenos hábitos alimenticios y deportivos, suele revertir.
Como segundo ejemplo más curioso, pondremos el crecimiento de una célula de cáncer.
Imaginemos que nuestro sistema inmune no es capaz de obtener energía para combatir una célula tumoral, esta podrá crecer más tranquila. Si a este hecho le sumamos que existe un estado inflamatorio de bajo grado que mejora ciertos parámetros de su crecimiento, así como la posibilidad de que el tumor encuentre en sangre más nutrientes como la glucosa, su entorno de crecimiento será óptimo y sus posibilidades de supervivencia mucho mayores que si no estuviese esta resistencia a la insulina. Es solo un ejemplo, realmente es mucho más complejo, pero grosso modo, este sería uno de los motivos.
Pondremos otro ejemplo, en este caso, las enfermedades neurodegenerativas.
Sabemos que las neuronas requieren de glucosa para su correcto funcionamiento. Si hay resistencia a la insulina, la neurona, no podrá ingresar en su mitocondria los nutrientes necesarios para su correcto funcionamiento, empeorando por tanto a largo plazo su nutrición y debilitándose o muriendo (Sumando además factores como la inflamación crónica y otros déficits nutricionales).
Por tanto, como podemos observar, esta patología es una de las bases de muchas patologías crónicas degenerativas y otras agudas de nuestra sociedad actual.
Cómo mejorar la resistencia a la insulina
El tratamiento debería ser preventivo a través de unos correctos hábitos nutricionales y deportivos desde edades tempranas. No obstante, en ocasiones el problema ya está implementado y por tanto no nos queda otra que intentar corregirlo. En general la base del tratamiento que suele ser suficiente para revertir la resistencia a la insulina es la siguiente:
- Una dieta adecuada en cantidad de comidas.
- Modulada en carbohidratos.
- Suficiente en
- Unida a la actividad física.
Si a esto le sumamos el uso de determinados suplementos que sean cofactores de acción de la insulina o que mejoren o regulen su acción natural, el éxito en los tratamientos suele ser muy elevado. Por ejemplo, a parte de la dieta suelo recomendar a mis pacientes algunos suplementos que contienen sustancias naturales que ayudan tanto a que la célula tenga mejores capacidades de captación del azúcar, como a que la propia insulina y páncreas regulen sus niveles de forma natural.
No obstante, si la dejamos pasar puede producir el resto de las patologías asociadas, cuyo tratamiento a través de la nutrición y deporte puede ser más complicado o incluso imposible, requiriendo la intervención de un endocrino especialista y teniendo que utilizar algún fármaco específico para mejorar al inicio.
Por todos estos motivos, expongo tanto a mis pacientes como aquellos que no lo son, que, si sospechan que pueden ser insulinoresistentes, contacten con el especialista en nutrición o endocrinología para que les solicite un Test HOMA (Test específico de función de la insulina) y así determinar que alimentación o suplementación será la óptima en caso de alteraciones.
De esta forma se puede pautar un tratamiento personalizado e ir revisando la evolución de dicho parámetro para el correcto reajuste de dieta, suplementos o medicación por parte de endocrino.
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